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Moscas el Sicario - Valentino

By Valentino

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Book Id: WPLBN0100002969
Format Type: PDF eBook:
File Size: 0.1 MB
Reproduction Date: 9/10/2010

Title: Moscas el Sicario - Valentino  
Author: Valentino
Volume:
Language: Spanish
Subject: Fiction, Drama and Literature, Honduras, Sicario, Moscas, Alejandro Carpentier, Viaje a la Semilla
Collections: Authors Community, Short Stories
Historic
Publication Date:
2010
Publisher: Self-published
Member Page: Valentino -

Citation

APA MLA Chicago

Valentino, B. (2010). Moscas el Sicario - Valentino. Retrieved from http://gutenberg.cc/


Description
El Moscas era sicario, y de los más atroces. Su pelo encanecido le daba una áurea de sabio y bonachón. Tenía cincuenta años, una mente lúcida, y una singular condición física que no había perdido siquiera un ápice de su habilidad juvenil. Era una leyenda viva en el bajo mundo de la mafia. Como la antigua Roma, se decía que todas las historias de muerte, y las sentencias de los moribundos, llegaban a él. Célebres eran sus cancioncitas corrosivas que solamente él era capaz de disfrutar y su largo, pero no menos espeluznante, historial profesional: sus manos habían acabado con la vida de diez mil personas, una muerte al día desde que comenzó su mortal carrera, descontando los fines de semana, que ocupaba en desempolvar su viejo Roll Royce de los años sesenta. Semejante constancia le exigía la utilización de los métodos criminales más creativos. Era implacable. Jamás se le cruzó por la mente la palabra ‘arrepentimiento’ y se ufanaba de nunca haber jurado en vano. ¿A qué santo sentarse a llorar por la muerte de un tipo más imbécil que yo?, exclamaba, ahogándose en una sonrisita torcida, jugando con un puro cubano en la mano, que encendía mientras parafraseaba al viejo Carpentier: «Este fin tuvo la Arpía/ monstruo de natura horrendo,/ ojalá todos los monstruos/ se murieran en naciendo», y luego dando unos pasitos de baile, lanzando unas grandes bocanadas de humo habanero, seguía cantando: «Por eso yo,/ el Moscas triturador,/ con mi Blown disparando,/ el viaje a la semilla les doy./ La, la, la…». Así era de inclemente con sus victimas el Moscas. Frío y férvido a la vez. En su juventud, fiel a su carácter, se había enfrentado a los asesinos más feroces del hampa

Summary
El Moscas era sicario, y de los más atroces. Su pelo encanecido le daba una áurea de sabio y bonachón. Tenía cincuenta años, una mente lúcida, y una singular condición física que no había perdido siquiera un ápice de su habilidad juvenil. Era una leyenda viva en el bajo mundo de la mafia. Como la antigua Roma, se decía que todas las historias de muerte, y las sentencias de los moribundos, llegaban a él. Célebres eran sus cancioncitas corrosivas que solamente él era capaz de disfrutar y su largo, pero no menos espeluznante, historial profesional: sus manos habían acabado con la vida de diez mil personas, una muerte al día desde que comenzó su mortal carrera, descontando los fines de semana, que ocupaba en desempolvar su viejo Roll Royce de los años sesenta. Semejante constancia le exigía la utilización de los métodos criminales más creativos. Era implacable. Jamás se le cruzó por la mente la palabra ‘arrepentimiento’ y se ufanaba de nunca haber jurado en vano. ¿A qué santo sentarse a llorar por la muerte de un tipo más imbécil que yo?, exclamaba, ahogándose en una sonrisita torcida, jugando con un puro cubano en la mano, que encendía mientras parafraseaba al viejo Carpentier: «Este fin tuvo la Arpía/ monstruo de natura horrendo,/ ojalá todos los monstruos/ se murieran en naciendo», y luego dando unos pasitos de baile, lanzando unas grandes bocanadas de humo habanero, seguía cantando: «Por eso yo,/ el Moscas triturador,/ con mi Blown disparando,/ el viaje a la semilla les doy./ La, la, la…». Así era de inclemente con sus victimas el Moscas. Frío y férvido a la vez. En su juventud, fiel a su carácter, se había enfrentado a los asesinos más feroces del hampa

Excerpt
El Moscas era sicario, y de los más atroces. Su pelo encanecido le daba una áurea de sabio y bonachón. Tenía cincuenta años, una mente lúcida, y una singular condición física que no había perdido siquiera un ápice de su habilidad juvenil. Era una leyenda viva en el bajo mundo de la mafia. Como la antigua Roma, se decía que todas las historias de muerte, y las sentencias de los moribundos, llegaban a él. Célebres eran sus cancioncitas corrosivas que solamente él era capaz de disfrutar y su largo, pero no menos espeluznante, historial profesional: sus manos habían acabado con la vida de diez mil personas, una muerte al día desde que comenzó su mortal carrera, descontando los fines de semana, que ocupaba en desempolvar su viejo Roll Royce de los años sesenta. Semejante constancia le exigía la utilización de los métodos criminales más creativos. Era implacable. Jamás se le cruzó por la mente la palabra ‘arrepentimiento’ y se ufanaba de nunca haber jurado en vano. ¿A qué santo sentarse a llorar por la muerte de un tipo más imbécil que yo?, exclamaba, ahogándose en una sonrisita torcida, jugando con un puro cubano en la mano, que encendía mientras parafraseaba al viejo Carpentier: «Este fin tuvo la Arpía/ monstruo de natura horrendo,/ ojalá todos los monstruos/ se murieran en naciendo», y luego dando unos pasitos de baile, lanzando unas grandes bocanadas de humo habanero, seguía cantando: «Por eso yo,/ el Moscas triturador,/ con mi Blown disparando,/ el viaje a la semilla les doy./ La, la, la…». Así era de inclemente con sus victimas el Moscas. Frío y férvido a la vez. En su juventud, fiel a su carácter, se había enfrentado a los asesinos más feroces del hampa

 
 



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