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El espanto de Bucarest

By Valentino, Valentino

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Book Id: WPLBN0100003021
Format Type: PDF eBook:
File Size: 2.46 MB
Reproduction Date: 09/09/2009

Title: El espanto de Bucarest  
Author: Valentino, Valentino
Volume:
Language: Spanish
Subject: Fiction, Drama and Literature, Adventure, Crime, Genetics, Robots, Romania, Mexico, Gay, Police, Political Science, Communism, Capitalism
Collections: Authors Community, Adventure
Historic
Publication Date:
2009
Publisher: Self-published
Member Page: Valentino -

Citation

APA MLA Chicago

Valentino, B. V. (2009). El espanto de Bucarest. Retrieved from http://gutenberg.cc/


Description
Una de las obras más frescas y originales que haya podido engendrar la literatura de ciencia ficción latinoamericana. El doctor Scott viaja a Rumania, por los funerales de un científico amigo suyo, en donde es atacado por un ser casi sobrenatural, el Monstruo del Baneasa, quien acecha el país con una serie brutal de asesinatos. Dos investigadores de la Interpol son asignados para averiguar el caso y dar con el paradero del Ente. Se descubre luego, en un trama espectacular, que los involucrados de los asesinatos no solo responden al Monstruo del Baneasa sino que a un robot que luego, inevitablemente, choca y se imbuye en una lucha contra el primero.

Summary
Una de las obras más frescas y originales que haya podido engendrar la literatura de ciencia ficción latinoamericana. El doctor Scott viaja a Rumania, por los funerales de un científico amigo suyo, en donde es atacado por un ser casi sobrenatural, el Monstruo del Baneasa, quien acecha el país con una serie brutal de asesinatos. Dos investigadores de la Interpol son asignados para averiguar el caso y dar con el paradero del Ente. Se descubre luego, en un trama espectacular, que los involucrados de los asesinatos no solo responden al Monstruo del Baneasa sino que a un robot que luego, inevitablemente, choca y se imbuye en una lucha contra el primero.

Excerpt
–Violenta, pero Libertad al fin y al cabo –se dijo Scott al arribar al aeropuerto Baneasa, al norte de Bucarest, en Rumania, valija en mano, gozoso de pisar un suelo libre de la represión comunista. «Adiós al odio hacia la Naturaleza humana», suspiró satisfecho. Caminaba despacio, feliz, pero desorientado, leyendo los letreros de la Terminal en busca de la sala de espera. Mientras recorría aquellos pasillos, sus ojos no daban crédito a lo que veía: un edificio grandísimo, con nombres de aerolíneas desconocidas para él, «German Wings, My Air y Sky Europe», moderno y atestado de gente, muy lejano de la estrechez y el óxido en las láminas y las canaletas del techo que imaginó, burdamente, a punto de caerle en la cabeza cuando abordaba el avión de ida en Nueva York, la capital financiera del nuevo Imperio, en el aeropuerto John F. Kennedy, quizá el más visitado del mundo después del de Houston. «Soy afortunado», pensaba, «de que hoy, puestos mis pies acá en la estación, que por cierto creía primitiva, estemos ya en el ’92, a tres años de la Caída de ese tirano socialista que respondía al nombre de Nicolae Ceausescu, y he tenido el placer de pasar el registro sin haber sido esculcado desde las uñas hasta las orejas». Circulaba por los alerones de la edificación, husmeando en los quioscos, ansioso por ver si se daba el lujo de comprarse un recuerdo; pronto se topó con un busto del ex dictador. «A ver, señor adusto», le dijo mentalmente a la figura en forma sarcástica. «Sus camaradas dirán de usted que fue un personaje egregio, sin igual en el mundo, un hombre que por fuerza transcendió en la idiosincrasia de los hijos de esta nación, cuyos ojos contemplaron, (con un falso deje poético) –echó una ojeada alrededor–, lustro tras lustro, su terca voluntad erigir grandiosos complejos habitacionales, además de tejer una economía colectiva militante que consiguió sacarlos de la época medieval hacia una de implacable industrialismo. Bonito, sí, muy bonito; pero yo digo que usted, sí señor, que usted poco o nada hizo por la libertad individual de su gente». Carraspeó; se sentía observado; cogió la maleta, y en tanto andaba por los pasadizos, asombrado de ver aquella obra, que nunca creyó posible en un país ahora salido del comunismo, pues lo suponía campesino, atrasado, una clásica aldea del Tercer Mundo. «Bueno; le reconoceré algo por la belleza de este aeropuerto; en verdad que está magnifico; no obstante, le falta mucho para que pueda compararse siquiera a uno de los más pequeños de mi país»... Llegó Scott, pues, en el ’92 a Bucarest, y ni bien acababa de pensar en estas palabras, de pie en una salita del aeropuerto, donde ya esperaba inquieto la llegada de su anfitrión, cuando decidió distraerse leyendo el periódico, el Evenimentul Zilei4, que cogió de un estante. Lo abrió y, cosas de la vida, chocó con un titular de primera plana que le dejó un desagradable sabor de boca: «EL ‘BALAUR’5 ATACA DE NUEVO: OTRO ASESINATO EN EL BANEASA. El mundo de la ciencia pierde otro gran científico. –EN PÁGINAS INTERIORES, 33. – Redacción Central. Hecho acaecido a las 11:55 PM del 02/02/92. –En la madrugada de hoy –ayer por la noche–, el profesor Ion Rahova, eminente biólogo molecular, fue encontrado muerto junto a un desconocido a orillas del aeropuerto internacional Aurel Vlaicu (conocido popularmente como Baneasa). Nuestros periodistas tan sólo han podido hacerse de algunas declaraciones de testigos oculares que presenciaron el suceso mientras transitaban por el bulevar a tales horas. Nuestra Redacción transcribe sus impresiones, aunque advertimos que no podemos dar fe de la seriedad de las mismas. Esta es la crónica del evento en palabras del ciudadano Z… (Se omite el nombre por razones de seguridad): »Hacía un frío insoportable esa medianoche; yo venía en el auto con mi pequeño Gheorghe, conduciendo el camión cargado de electrodomésticos desde uno de los mercados de Brasov, y circulaba reposadamente por la calle, cuando vi que dos hombres, embutidas las manos en sus americanas, discutían acaloradamente sepa Dios qué negocios (tampoco me importan). Pues bueno, el clima era intenso, sí, plomizo, y recuerdo haber escuchado por la radio que las autoridades habían tomado la decisión de suspender los vuelos. Íbamos ya saliendo de la zona (Gheorghe se me había acomodado en las piernas), y eché un vistazo por última vez, preguntándome en el fondo si los hombres habrían alcanzado algún acuerdo, pero no, éstos seguían igual de acalorados y necios, vociferándose al borde de la acera, junto a un auto rojo, reclamándose el uno al otro sin importarles una papa que las gentes los vieran. De presto, y ponga oído, periodista, ya que Dios sabe que no miento (Vea, mire el icono de Jesús, San José y Santa María en forma de dije colgando en mi pecho, ¡soy un cristiano ortodoxo muy devoto!), vi… (¡Se habrá visto algo semejante andar por los caminos del mundo, y créame lo que le digo! ¡Vea, vea mi horror!)… Vi una figura grotesca… un Zmeu, una bestia, ¡cosa diabólica!, correr a una velocidad insólita y brincar por arriba de sus cabezas, furiosa, emitiendo unos bufidos macabros que espantaban a todo aquel que por ahí se moviera. ¡Los hombres gritaban, señor, desesperados, agitando los brazos en la penumbra, lanzando y capeando puños, pero ahí estaban las garras, las garras sangrientas (y los alaridos, los alaridos maléficos, debió escucharlos usted, señor) que traspasaron en un santiamén el cuerpo de esos pobres desgraciados! ¡Las garras, señor periodista, las garras, las garras! ¡Ay, Dios Santísimo, protégeme del Diablo que se ha escapado de los Infiernos! […]». Cerró el diario de inmediato: le repugnó haber visto la cruda fotografía de los hombres desgarrados encima del pavimento.

 
 



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